La profecía
A Jazmín, Paulette y Roxana,
por alentarme a crear y compartir mi trabajo
Al mago Merlín le pesan los años. Antes le era muy fácil manipular su cuerpo, tomar un aspecto joven cada que le convenía y conservar su fuerza adulta aún estando lleno de arrugas y pelo blanco. Hace un par de siglos dejó de poder hacerlo.
Lleva demasiado tiempo esperando, y el Antiguo y Futuro Rey aún no despierta.
Jadeando por el esfuerzo que le supone la caminata, se planta frente al lago de Ávalon. Mete los pies descalzos al agua.
La Dama del Lago se materializa ante él, tan joven y bella como el día en que la perdió.
Merlín fuerza el aire dentro de sus pulmones. Se prepara para hacer la misma pregunta que lleva haciendo los últimos mil quinientos años.
Nimue le da la misma respuesta que cada una de esas veces.
—Lo lamento, Merlín.
Merlín agacha la cabeza. El agua acaricia sus pies. Suelta un suspiro y deja que una lágrima solitaria le recorra la mejilla hasta perderse en su barba blanca.
¿Cuánto más?, ¿cuánto tiempo más tendré que esperar?
La profecía es clara: Arturo volverá cuando Albión más lo necesite. Merlín piensa que no hay manera de que Albión lo necesite más que ahora, que no hay manera de que las cosas sigan empeorando. Los cinco reinos están fragmentados, y no parece haber humano en vida que recuerde el verdadero nombre de la región que habita.
Arturo, te necesitamos ahora.
A lo lejos, la silueta de Nimue se deshace en el agua. El lago se queda inmóvil. Merlín cierra los ojos. Imagina a su Rey estático, detenido en el tiempo, cobijado por las corrientes del Ávalon; a salvo de los horrores que la humanidad se ha inventado.
La profecía se cumplirá, se dice para mantener la calma. La profecía se cumplirá.
Con trabajo, Merlín se pone de pie y emprende el viaje de regreso a su cabaña.
Esa noche, las pesadillas lo acechan.
Una guerra. El choque de las espadas. Los caballeros de la mesa redonda caen uno tras otro en un mar de sangre y extremidades perdidas.
Merlín comanda la tormenta. Los rayos golpean a las tropas enemigas, y los truenos le retumban en los oídos al ritmo del latido de su corazón. Sólo él conoce el final de la historia.
La profecía se cumplirá.
Es por eso que no le sorprende ver a Arturo caer de rodillas. No le sorprende la mirada de absoluta decepción que le dedica al caballero que le clavó su espada en el pecho. No le sorprende ver el cuerpo del Rey inmóvil, sin vida.
La profecía se cumplirá.
La Batalla de Camlann sería la última del Rey Arturo de Camelot. Moriría a manos de Mordred, su hijo, y luego regresaría a la vida, cuando la región de Albión más lo necesitara. Así estaba escrito.
El caballero recupera la espada que ha acabado con la vida de su Rey, se da la vuelta y mira a Merlín directo a los ojos.
Morded no asesinó a Arturo.
Lo hizo Lancelot.
El cielo truena y Merlín pierde el control de la tormenta.
Merlín despierta envuelto en sudor frío, jadeando. Trata de convencerse a sí mismo de que lo que acaba de ver es mentira. Encoge su cuerpo y esconde su rostro entre sus manos.
La profecía decía que Morded le quitaría la vida.
Es mentira.
Es mentira.
El corazón le da un vuelco. Merlín, tembloroso, se deja llorar. Sabe bien distinguir las pesadillas de los recuerdos. Sabe bien cuándo fue la primera vez que falló la profecía.
Lancelot regresó a Camelot, victorioso. Desposó a Ginebra. Tuvieron un reinado corto, nada próspero. Una poción de amor mantenía a la reina sumisa ante las demandas del antiguo caballero. Morgana aprovechó su confianza ciega y acabó con la vida de ambos. Se apoderó del reino. Merlín creyó que Arturo regresaría entonces.
¿Cuánto más?, ¿cuánto tiempo más tendré que esperar?
¿Cuánto más tienen que empeorar las cosas?
Casi sin fuerzas, Merlín se obliga a levantarse. Camina como puede hasta un campo abierto y ahí, en medio de la nada, suelta un grito al cielo, arrancado de lo más profundo de sus entrañas.
Grita y llora y se despide de su cuerpo; se tuerce y desfigura hasta echar raíz y silbar con el viento.
¿Qué sentido tiene esperar si la profecía nunca se cumplirá?
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